La tragedia del hundimiento de la draga «2C»: el día que el río Uruguay cambió para siempre

El 16 de abril de 1959, ocho marineros murieron durante una de las peores crecientes que se tenga en la memoria. La impericia de su capitán, las desgracias de una noche con todo en contra y la historia contada por los supervivientes. Una jornada que, al día de hoy, sigue marcando a Gualeguaychú.

El 17 de abril de 1959 llegaban las primeras noticias del naufragio de la draga. La confirmación de las muertes de tripulantes, algunos de ellos, vecinos de Gualeguaychú, se sumaban al drama de centenares de inundados de la ciudad y la zona sur.

Un día antes, 8 de los 11 tripulantes de la draga “2C” habían muerto en un trágico accidente que se podría haber evitado. Todo lo que pasó esa fatídica noche del 16 de abril en el río Uruguay se conoce por la memoria de Don Lote Heredia, uno de los supervivientes de la tragedia, que se encargó de dejar registrado para la posteridad lo que vivió ese día antes de morir en diciembre de 2012.

El 13 de abril, viendo que el tiempo desmejoraba y el Uruguay crecía mucho, habían fondeado las chatas en el paso “La Correntina”, del río Gualeguaychú. En cuanto a la draga, su Capitán se negó a entrarla pese a que Fausto Briozzo, a cargo del remolcador, le había ofrecido ayuda. Por tal motivo, el 226 prosiguió ese día hacía en arroyo Ñancay, en servicio para la Prefectura.

Al día siguiente, el remolcador pasó de regreso y nuevamente se le sugirió al capitan Rojas guarecerse en el Gualeguaychú, lo que fue nuevamente rehusado. El miércoles 15 (día del naufragio del Titanic, en 1912) el panorama se había complicado: el Uruguay crecía, la sudestada arreciaba y el peligro era extremo.

Por ese motivo, Don Lote, con Torito Bravo, González y Casafuz insistieron ante su capitán para guarecerse aguas adentro pero él se mantuvo en su negativa. Mientras tanto los barcos pedregulleros, que venían del norte, al aproximarse a la boya 90, viraban y se dirigían a recalar en Fray Bentos. Al advertir el peligro, Don Lote logra milagrosamente, en medio de la tormenta, saltar al remolcador. Ni su capitán había advertido la riesgosa peripecia de Lote y dos compañeros que también “la veían venir”, y por eso sobrevivieron para contarla.

La draga estaba fondeada dentro del veril del canal de acceso. La proa miraba hacia la boya 90, es decir contra el viento sudeste. Las olas rompían de frente, levemente a estribor (derecha). En circunstancias así, anclar de proa y popa constituye el mayor peligro. Como no podían ya levar las anclas, habían optado por soltarlas. Las pesadas cadenas se sueltan con un malacate movido por la fuerza de la caldera.

En la madrugada del 16, un fortísimo pampero arrastró la draga con sus 5 anclas unos 200 metros fuera del canal. Ante ello, por fin el capitán decidió moverse. Pero cuando quisieron soltar las anclas, era tarde: la cantidad de agua que se había colado por la cubierta había enfriado la caldera y ya no tenía fuerza ni para el malacate, porque el viento había arrancado de cuajo los tambuchos abulonados. Intentaron cortarlas con apoyo de una bigornia, pero fue imposible.

El final

La draga cargada de agua, trabada por su anclaje, presa de la sudestada y las olas, comenzó a hundirse de popa, por lo que los tripulantes atinaron a subirse a la torreta. Finalmente, una fuerte racha le provocó una vuelta campana. La hora del hundimiento quedó registrada en el reloj de la draga y en los de las víctimas: entre una y media y dos de la mañana de aquel 16 de abril.

Algunos murieron dentro de la embarcación. Otros, aunque pudieron llegar a nado a la costa de Ñandubaysal, encontraron la muerte por una causa inesperada. Allí se habían arremolinado los durmientes que venían flotando, recientemente extraídos del puerto de Fray Bentos; al llegar, los náufragos morían azotados por esos durmientes que batían las enfurecidas aguas del Uruguay.

La draga hoy

Todavía yace ahí la legendaria draga. Hace más de treinta años, intentaron reflotarla pero fue imposible. No sólo porque venció las leyes de la física, sino porque pareciera que es su destino quedar allí para siempre.

Visible desde lejos, de día y de noche, se ha constituido en una referencia para los navegantes; les ayuda a prevenir desgracias como la que terminó con ella. La seguirán viendo las futuras generaciones; a su historia la conocerán lugareños y turistas. Y perdurará en la memoria colectiva, su dramático final aquella aciaga noche de 1959.

(El Día de Gualeguaychú)