PERFIL estuvo en Porto Alegre para ver Corteo, el show que los canadienses traerán a la Argentina y que implica una tienda de cuarenta toneladas y más de 200 trajes para el elenco. Su mánager lo define como el show más humano y teatral de su trayectoria
El coraje no siempre ruge. A veces, el coraje es la voz tranquila al final del día, que nos dice ‘Lo voy a intentar de nuevo mañana’”: así, sin rugidos (apropiados para un circo sin animales), la frase de Mary Anne Radmacher está pegada como mantra y con cinta negra (e impresa en pésima calidad) en la puerta del gimnasio-espacio conocido como Tapir Noir, el backstage del Tapir Rouge, principal escenario de Corteo, uno de los cinco shows en gira del Cirque du Soleil (ahora estamos en Porto Alegre) y que llegará a Córdoba y Buenos Aires próximamente. Corteo muestra, respirando Fellini en sus caricaturas victorianas de circo (y hay 203 trajes ahí colgados y siendo planchados de día y lavados de noche que lo certifican seis jornadas por semana), el onírico adiós a la vida de un payaso, su “flash delante de los ojos antes de morir” (dirá Victorino Antonio Luján, el argentino de 2,08 que es parte vital del show).
Patrick Flynn, director general, que aprendió español “viajando todos estos años con el circo” (también ruso, francés, algo de polaco y portugués: un estar políglota que todos los integrantes parecen compartir), sostiene que es el show “más humano, más teatral” de la megaempresa de Guy Laliberté, “guía espiritual” de “un imperio del espectáculo como ningún otro con base en Montreal, pero que hoy es el circo del mundo”.
Pero lo fascinante, hoy, ahora, justo antes del show #3220 de Corteo (todos filmados y puestos a disposición de los artistas en el Tapir Noir), debajo de Big Top, la tienda circense que pesa cuarenta toneladas, es sostenida por una estructura llamada El paciente (por el tiempo que lleva armarla), que alberga al Tapir Noir y Rouge, que cuesta dos días desarmar (se contratan doscientos “empleados del lugar” y vuelan desde afuera treinta expertos en desarmado específico de carpas del Cirque du Soleil) y que necesita noventa containers y camiones para trasladarse hasta Córdoba, lo que importa, lo que sorprende, es ese factor humano y nada teatral. Ver el espectáculo más fascinante del planeta en sus mismísimas y organizadísimas entrañas es capturar “esa forma de entender que el circo en un arte en perfecta evolución humana, que es lo que necesitamos en este instante donde creemos que un video en YouTube es haber visto algo”, dice Bruce Mather, su director artístico. Y algo de razón tiene. Estar a diez metros de una mujer que recién te convidaba galletas de arroz y ahora se sostiene del cuello a 10 metros del suelo y sin red altera un poco el concepto del día a día.
Lo más impresionante, de entrada, en ese espacio privado, donde conviven artistas, masajistas, modistas, zapateras italianas y de donde salen personas en toalla o vienen quienes después harán acrobacia cepillándose los dientes (es decir, donde conviven 25 nacionalidades entre 60 artistas y 140 empleados) es la sensación de estar en un lugar donde una onza de grasa es un pecado capital y un lejano paraíso (salvo se sea Victorino Antonio Luján, el argentino gigante). Los cuerpos son tersos, perfectos, jóvenes, concentrados: la perfecta y radiante Asa Sokol-Kubiak, de Estados Unidos, está escuchando The National en su iPod mientras se prepara para subir a un candelabro de 140 kilos y, a cinco metros, dos compañeros juegan Wordfeud mientras suena Kayne West en sus respectivos iPads. Es decir, ultramoderno y con un promedio de edad “que rodea los 30 años”, dice Mami, la jefa de prensa: el circo es tremendamente joven cuando uno puede verlo de cerca (sinceramente, parece 23 años el promedio y el tipo de vida nómade y lejos de casa necesita gente joven; fueron cuatro meses en San Pablo, unas semanas en Río de Janeiro y quedan las últimas semanas de Porto Alegre, junto con los meses en Argentina será un año de gira latinoamericana). Y es también tremendamente reservado, instrucciones mediante, sobre sus salarios.
Pero ese lugar, que parece el campo de entrenamiento de los X-Men porque se ve en un segundo a un hombre parado dentro de un aro, a otro sosteniéndose a cuatro metros del suelo con una mano y a otros dos saltando en un trampolín coreano, es la antesala a un pequeño lugar donde están los accesorios del show: los globos de helio donde vuela la ukraniana Valentyna Pahlevanyan, las copas de cristal que hará sonar Mauro Mozzani (el protagonista), zapatos que andan solos y la cama enorme que ya hemos visto en otros show del Cirque.
Después la carpa, el Big Top, el Tapir Noir, el gran escenario: es magnífico, es la representación perfecta de la más romántica versión de circo, esa que bordea la imagen de circo de principios del siglo XX. “Se buscaba ese efecto”, dice otra vez Bruce Mather, director artístico. “Queremos establecer que hay cosas que hay que ver con nuestros propios ojos, con nuestros propios sentimientos. Sí, hay un poco de Fellini, es verdad. Hay mucho de entender que necesitamos conectar: ahora que viste a los artistas a los ojos, ¿cómo podes ver así nomás a un hombre por el cielo? Queremos entender cómo es en estos días la intimidad de lo magnífico, ese instante que es mil veces más importante que un video visto un millón de veces en YouTube”.
Espiar a malabaristas mientras comen del buffet privado del show, fascinarse con artistas que hacen en un instante lo que nunca pensamos ver, entender la rutina de algo que para otros es un espectáculo inolvidable (y que para ellos es el show #3220) es una forma de descifrar que la potencia del Cirque du Soleil está en esos rostros, en esa fortaleza para demostrar en un cortejo alegre, enamorado de Fellini, fascinado con su caos “tremendamente organizado, como corresponde a tamaño show” (Mather), que no todo pasa cerca de un link
*Desde Porto Alegre.