El jugador que dejó el fútbol en busca de la revolución

El jugador que dejó el fútbol en busca de la revolución La historia de Javier Poves, el futbolista que escapó de esa “pequeña cárcel de lujo donde uno no es dueño ni de su tiempo”. El jugador que dejó el fútbol en busca de la revolución

Domingo veraniego, caluroso y nublado. La terminal de ómnibus de Retiro, sitio normalmente enloquecido, presenta calma durante este mediodía. Pregunto una y otra vez en la oficina de informes sobre los micros que llegan desde Puerto Iguazú, Misiones. Hace dos horas que espero en la terminal y fueron muchos los micros que arribaron desde allí. Al fin, en el último, veo bajar al mochilero, feliz de dejar atrás las casi 17 horas de viaje.

— Tengo un hambre que flipas, ¡este tío no ha hecho una sola parada! Ya estaba harto de estar siempre en la misma posición.

Después de un año y medio de chatear por MSN y Facebook tras haberlo contactado para una entrevista cuando su nombre recorría los medios de comunicación del mundo, acá lo veo llegar. Con una gran sonrisa nos saludamos y tomamos el colectivo que nos llevará hasta mi casa, donde lo alojaré por unos días. Luego de almorzar, programamos la primera tarde: conseguir un libro sobre la Revolución Rusa. Las librerías de la zona de Corrientes y Callao son las ideales para socorrer su ansia. Entramos en una. Él le pregunta al vendedor por autores recomendables, el vendedor le recomienda, él escucha, se sonríe, me dice:

— La historia, muchas veces, cambia de acuerdo a quien la cuenta.

Continúa observando hasta que se decide por uno de bolsillo, de Franco Soglian.

— Odio los libros grandotes, incómodos para leer. Éste es ideal —remata, contento por su elección.

Plan nocturno, Disparar a un elefante: el documental de Alberto Arce y Mohammad Rujailah es uno de sus preferidos. Reconoce haberlo visto muchas veces pero lo primero que hace al entrar a la habitación es buscarlo en YouTube. El enfrentamiento entre Palestina e Israel planteado en el film es un tema que no deja de merodear en su cabeza. Nos acomodamos. Play: veo tiroteos, heridos, muertos, y mientras a mi garganta la envuelve un nudo, para mi sorpresa, lo escucho llorar. A él.

“El fútbol está tan podrido que sólo me quita la ilusión. Es un circo corrupto donde el mandamás es el dinero, y los jugadores, simples títeres.”

— Esos hijos de puta matan niños. No pueden seguir mintiéndonos, no pueden seguir diciéndonos que esas criaturas, baleadas en medio del pecho, son soldados contrarios o rebeldes.

***

Javier Poves renunció al fútbol el 19 de julio de 2011. Con 24 años, había debutado hacía dos meses en la Primera del Sporting Gijón. Manuel Preciado le había concedido 11 minutos en un 0-0 contra el Hércules. Hasta entonces, el defensor central había sido una de las figuras del Sporting B. Después de su debut, sin embargo, y mientras España vivía una revuelta con los Indignados copando las plazas, Poves eligió rescindir su contrato. “El futbolista indignado”, lo presentó el diario El País de Madrid. La mayoría de los medios lo catalogó como “el antisistema”. Fue la única semana en la que Poves habló, se explicó, y el periodismo se hizo eco de lo que él dijo:

“El fútbol está tan podrido que sólo me quita la ilusión. Es un circo corrupto donde el mandamás es el dinero, y los jugadores, simples títeres.”

“No quiero vivir prostituido como el 99 por ciento de las personas.”

“No me interesa ganar mil euros si eso implica el sufrimiento de otra gente.”

“No apoyo al movimiento 15-M de los Indignados porque es una creación de los medios de comunicación para canalizar el malestar social que hay y para que esa chispa no se convierta en peligrosa e incontrolable para el sistema. Es un lavado de cara impulsado por el capitalismo, no un cambio radical.”

“La única solución es ir a los bancos y quemarlos, cortar el problema de raíz. La suerte de esta parte del mundo es la desgracia del resto.”

Poves soñaba con ser futbolista desde los cinco años.

***

Instalados en mi casa, en el barrio porteño de Caballito, aguardamos con el fotógrafo que el español se acerque al patio donde nos acomodamos para entrevistarlo.

— ¿Me aguardan un ratito? Me ducho rápido y vuelvo. He llegado de correr y huelo que flipas.

En short y con una musculosa sin mangas, Poves aparece con la boca llena de pasta dental y dice aquello mientras se cepilla los dientes. Aprovecho para preparar el tereré. La tarde nos brinda un sol espectacular.

— ¿Cómo fue el día que dejaste el fútbol?

— Me llamó un periodista preguntándome cuándo pensaba regresar, porque creía que me estaba tomando unos días libres y ya, y cuando le comenté que era una decisión definitiva, que nunca más volvería, el tipo sacó la noticia. Mi madre ya sabía desde hacía dos años mi decisión pero me llamó llorando desde Portugal, adonde había viajado con mi padre. No entendían nada lo que habían publicado los medios.

— ¿Qué te dijeron?

— Para mi padre, fanático del fútbol, fue difícil entenderme, pero pronto supo que no me haría feliz seguir con eso. Manuel Preciado, mi técnico en ese momento, respetó mi postura, pero otros compañeros creían que estaba loco. Y a mi representante no le significaba mucho que yo rescindiera mi contrato, así que le daba igual.

— ¿Por qué te alejaste?

— Me tocaba los huevos tanta injusticia. En el fútbol existe un trapicheo constante hacia los jugadores. Dos años antes de haberme decidido ya no me sentía cómodo en ese ambiente, sentía que me estaba contaminando. Entonces tenía 22 años y vivía con una amiga italiana, profesora de Historia y Filosofía, Giusseppina, que me instruyó en la literatura. Nunca había visto el lado poético de la vida, y la lectura despertó algo nuevo en mí. Ése fue el quiebre. Desde entonces ya no me interesaron más las conversaciones en el vestuario, sólo pensaba con quién podría hablar de temas más relevantes. A veces intentaba generar un debate sobre algo interesante y se me reían, o me trataban de loco. Y otro de los motivos fue que los directivos y representantes son, en general, ratas, no les importa nada. He visto pasar un montón de jugadores buenísimos que no han llegado sólo por no haber tenido un contacto en el ambiente. A veces, jugar en Primera o Segunda tiene que ver sólo con eso. Salvo que seas Messi, es muy duro llegar.

— ¿Qué otras cosas te disgustaban?

— Nunca pude acostumbrarme al pedido de autógrafos. Siempre pensé que esa gente estaba loca, nosotros no éramos más que personas que jugábamos a la pelota. Y otra cosa que detestaba, que me daban ganas de vomitar, era el elitismo. Odiaba cuando nos invitaban a determinados lugares y nos trataban como reyes sólo por ser futbolistas.

— ¿Contagiaste a algún compañero las ganas de rebelarse, dejar todo?

— Contagié a varios, hubo varios que me dijeron que también querían irse, dejar todo. La diferencia era que yo pensaba más en el conflicto entre Palestina e Israel que en el fútbol, y ellos pensaban sólo en el fútbol mismo. Sus ganas se quedaron sólo en las palabras.

***

— La gente recochineaba, se le reía —le dice Iván Cuéllar, ex compañero de Poves en las Inferiores del Atlético Madrid y la Primera del Sporting Gijón, por teléfono, a Don Julio—. Creía que sabía de todos los temas, quería tener siempre la razón, entonces la gente le decía: “Cállate ya”. Llegó un momento en el que cansó. Además, en los vestuarios hay unos cánones que respetar. No era un mal chaval, pero provocó un rechazo en cuanto a pesadez.

Cuéllar era el arquero suplente del Gijón cuando Poves debutó.

— Era una especie de político, Javier. Defendía sus ideas como si tuviera la verdad, nunca dejaba que los demás defendieran las suyas. Todos los días se venía con una nueva, como que Estados Unidos era una mentira. Insistía con eso: que el mundo estaba controlado por Estados Unidos. O a veces parecía que tenía decisión sobre el rumbo del mundo. Parecía que había estado al lado del hombre que había tomado la decisión de, no sé, derrumbar las Torres Gemelas.

Cuéllar atajó en la Sub 20, Sub 21 y Sub 23 de España, y aún juega en el Sporting Gijón.

— Quería ayudar a las personas pobres, no entendía cómo podíamos ganar tanto dinero. Está bien, pero él solo no tiene tanta potencia como para cambiar el mundo. Vivía en una irrealidad, nunca entendió que esto es un círculo vicioso y sobrevive el que se adapta al entorno. Sus ideas no le permitían comprender dónde vivía. Con lo que ganó en el fútbol les puso a sus padres un local de comidas orgánicas, entonces, fíjate: estás lucrando con el mismo sistema que discutes.

— ¿Jugaba bien?

— No, no, jugaba bien. En eso sí nos sorprendió que dejara. Tenía potencial. El Aleti y el Gijón son dos canteras históricas en el fútbol español. Que haya rechazado esa oportunidad fue insólito.

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Poves pudo haber jugado en La Fábrica, las Inferiores de un equipo que hoy odia: el Real Madrid. El defensor se había formado en el Atlético Madrid, que en 2004 lo dejó libre. Desempleado a los 18 años, el madrileño trabajó como repartidor de diarios, o de un diario, mejor: el diario Qué. Lo hizo durante un mes y medio, en una estación de tren, mientras su representante y sus padres le contaban que se había aprobado su ingreso al Real Madrid. Luego le contaron que sus padres habían visitado el estadio Santiago Bernabéu para cerrar el vínculo, y le contaron también que eso no le gustó a un dirigente del club: que ése era el trabajo del representante. Y que el dirigente dio de baja la operación.

— Lo más cómico fue que una mañana me topé con él, mientras repartía diarios. Sólo nos miramos, sin decirnos nada, y ya.

En 2005, un año después, el defensor se sumó a la filial del Rayo Vallecano y debutó en la Segunda División. En la temporada 2006/07 jugó en Las Rozas, de la Tercera, y fue el goleador del equipo con diez tantos. En 2007 pasó al Club Deportivo Artístico Navalcarnero, también de Tercera, y en 2008 llegó al Sporting Gijón.

— Era un defensa con futuro, expeditivo, fuerte, serio. Iba en una línea ascendente —lo recuerda Manolo Rossetti, periodista del diario El Comercio de Gijón, charlando por teléfono con Don Julio—. Y pues vamos que lo había hecho bien en su debut. Fue un partido flojito, sin goles, y el chaval cubrió perfectamente bien el expediente.

Poves era un central zurdo con una potente pegada. Era categoría 86, una menos que Lionel Messi, Cesc Fábregas y Gerard Piqué, el trío de la famosa y fabulosa Generación 87 del Barcelona, a la que se enfrentó cuando jugaba en las Inferiores del Atlético Madrid. O eso cree.

— Mira, tengo mis serias dudas de haber jugado contra Messi, pero me parece que sí. Recuerdo un técnico enloquecido hablando de él. Al que sí recuerdo, sin dudas, es a Piqué. Ese tío tenía unas patas largas, graciosísimas, y era malo, tan malo. Hasta a mí me daba risa. Y mira ahora, se ha convertido en uno de los mejores centrales del mundo.

La fama es una mierda que te hace pensar que eres más que el resto

A diferencia de Piqué, Poves llegó apenas a las portadas de los diarios de Gijón, y sin embargo, sólo eso le alcanzó para que lo invitaran a fiestas, eventos, le regalaran ropa y autos. Una de las marcas que tenía un vínculo publicitario con el Sporting le regaló un auto a cada uno de los jugadores del plantel para que lo usaran durante un año. A los diez días, Poves lo devolvió. Ya tenía uno, y su casa quedaba a sólo dos cuadras del club. Ni a los eventos le gustaba ir con la ropa del equipo: Poves hubiera preferido vestirse con su ropa, sencillo. Y aunque en ésa cedía, evitando dar la nota, y se ponía la ropa del Sporting Gijón, la revolución estaba en el pelo. En una ocasión se cortó las sienes al ras, dejándose una cresta, y aunque sus compañeros le decían que le quedaba horrible, para él, era una manera de rebelarse ante el concepto de clase.

— A veces se aparecía con melenas, otras con barbas, con vestimentas extrañas. Sus modas no eran muy normales —avala Rossetti—. Era un buen chico, muy correcto, muy educado.

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— La fama es una mierda que te hace pensar que eres más que el resto —dice Poves, y me devuelve el tereré. Sus manos blancas y sus piernas no dejan de moverse mientras habla sin parar—. Las palabras de los futbolistas son, muchas veces, vacías y estúpidas, y sin embargo los medios las tratan como si fueran importantes para la vida de todos, y eso no es así. Todo el mundo quiere ser famoso, es una sensación muy potente.

— ¿Qué representa el fútbol, hoy, para vos?

— Una pequeña cárcel de lujo donde uno no es dueño ni de su tiempo, donde uno debe vivir pendiente de los entrenamientos, de los partidos, de las concentraciones, y no puede elegir hacer algo que desee en el momento que desee.

— En casi todos los trabajos es así.

— Pues obvio, el tema es que es imposible llevar una vida normal, con otras inquietudes, mientras se juega al fútbol. No se puede. No, no, no se puede.

— Tiempo tienen.

— Por supuesto. Es mentira que los jugadores se entrenan fuerte y se machacan. Es todo un mito.

— ¿Te sigue interesando el fútbol?

— Sí, sobre todo el Barça. Es un club que me llena muchísimo, me gusta mucho cómo educan a sus jugadores. El Barcelona y el Real Madrid son la mejor manera de ejemplificar el bien y el mal. Desde el payaso de su presidente, que todo el tiempo se la pasa hablando del mejor equipo del mundo, del mejor jugador del mundo, del mejor club del mundo, hasta su entrenador, que ni hace falta que lo describa como persona (al momento de la entrevista, Mourinho era el técnico del Madrid), el Real ya te da una pauta de qué personas lo conducen y cómo lo hacen. Los padres que llevan a sus hijos a ese club están enfermos, no les inculcan un solo valor de vida.

— ¿Trabajarías en este deporte?

— Sí, en algún club pequeño, más de barrio quizá, para concientizar a los niños acerca de la importancia de divertirse jugando, y demostrarles que usar el peinado o el pendiente de Cristiano Ronaldo no es lo que vale. Hay que sacarles a los chicos la idea del dinero y la fama, que es adonde te lleva el fútbol de hoy.

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Luego de abandonar su profesión, curioso por abrir las puertas de un mundo que le presentaba más preguntas que respuestas, el español decidió emprender un viaje: se fue a Senegal. Vivió cuatro meses en Guediawaye, uno de los 45 departamentos del país. Alentado por dos amigos, incomprendido por su familia, Poves se fue. Paró en la casa de una familia, en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Calles de tierra, charcos que complicaban el tránsito, casi todos los coches destruidos.

— En algunos taxis hasta veía el suelo mientras viajaba.

Poves convivió rodeado de mujeres. Para moverse por la ciudad lo ayudó Rama, una chica que sabía español. En noviembre de 2011 vivió el Tabaski, una fiesta musulmana que conmemora la devoción de Abraham, a quien Dios le había ordenado que sacrificara a su hijo. Cuando Abraham se alistaba para matarlo, Dios le envió un cordero desde el Paraíso. El Tabaski se celebra con el sacrificio de un cordero.

— Es una hermosa fiesta —recuerda Poves—. Se juntan familias ricas, familias pobres, todos se visten con sus mejores atuendos, con mucho color. Los hombres se encargan de agarrar los carneros, cavan un agujero y los ponen mirando hacia la Meca. Luego les cortan el cuello salvajemente y las mujeres se dedican a cocinar.

Lo único malo que le sucedió a Poves en Senegal fue haber contraído malaria, además de los mosquitos y el calor. Se enamoró de la música senegalesa. Y lejos quedó lo que le había dicho al diario Marca en octubre de 2011, antes de viajar: “Necesitan ayuda en todos los aspectos y yo creo que les puedo ayudar, porque es lo que quiero”. “De la mejor Liga del mundo a misionero”, lo había presentado el diario. Sin embargo, Poves no pudo ayudar no supo cómo ayudar, y el discurso es otro, hoy, ante Don Julio: “Comprendí que lo que tenía en mente no podría hacerlo allí, o mejor dicho, no podría hacerlo solo. Muchas iniciativas de ONG’s se encuentran abandonadas. En ese viaje reforcé mi idea de que esas organizaciones, en su mayoría, no son más que negocios para justificar gastos de sus fieles, engañados donantes”.

Después de Senegal, Poves viajó a América. Su ruta mochilera empezó en México, país que lo enamoró con todos sus paisajes. Continuó en Cuba, de donde salió desilusionado y disgustado con lo poco que pudo conocer del sistema comunista en dos semanas. Y luego permaneció unos días en Venezuela, donde un amigo profesor le ofreció dar unas charlas a niños para el Ministerio de Deportes. Al hombre que supo defender al Sporting Gijón le interesó, pero prefirió seguir. Se embarcó hacia el Amazonas, en Brasil. Pasó Navidad y Año Nuevo en Río de Janeiro, y luego viajó a Paraguay. A siete meses de haber dejado el fútbol y viajar por los pasillos del Tercer Mundo, Poves llegó a la Capital Federal.

— Oye, Buenos Aires es muy parecido a Madrid. Yo soy muy madrileño y de veras que este lugar me encanta.

— Oye, debes decirme un sitio donde pueda comprar comida orgánica, es que por toda Latinoamérica venden mucha basura para comer, y ya estoy hasta los huevos con toda la chatarra que venden por todos lados.

— Oye, ¿dónde hay una mezquita por aquí? Busquemos una en Internet, quiero ir.

***

— ¿Así que estuvo por allá? —insiste Rossetti, el periodista de Gijón— ¿Y no sabe usted por dónde andará ahora? Aquí lo buscamos aún.

 ***

Poves no sabe cómo describirse en el pasaporte. Se ríe cuando le pregunto qué escribe en el casillero “ocupación”. Deportista, estudiante, desempleado, me cuenta, fueron algunas de las opciones. Enamorado, ha escrito también. El sol ha amainado en Caballito y todavía no renové el tereré. Le pregunto por la Revolución, su revolución, el haberse ido del fútbol, esa “pequeña cárcel de lujo donde uno no es dueño ni de su tiempo”, como me la había descripto, vista ahora, siete meses después. Poves ensaya una pausa. Piensa. Dice: “No hay salvación. No la hay”.

— ¿Por?

— Porque estamos dentro de un espiral de autodestrucción. Porque sales de un ambiente pero ingresas a otro. La Revolución no existe. La única que queda es salirse totalmente del sistema, pero para eso no debes socializar con los demás, debes estar excluido, y yo no estoy dispuesto a enfrentar eso. Es muy difícil llevar a cabo una revolución como en tiempos pasados, en masa, en conjunto.

— ¿Y ahora cómo estás?

— En este momento llevo la vida que quiero, que es no saber qué pasará mañana. Quizá lo que busco viajando es saber dónde podría echar el ancla y formar algo (al momento de la entrevista, a Poves sólo le quedaba una semana en Buenos Aires). Si uno no está bien y no es feliz, no es capaz de transmitir nada positivo a nadie. Creer que porque uno da una mano a alguien ya todo irá bien es simplemente una forma de tranquilizar la conciencia. Es muy difícil que las cosas cambien. He descubierto que soy una persona con mucho odio, he descubierto que cuando algo me genera malestar sería capaz de violentarme y matar. El problema es que iría a la cárcel, y eso es algo que no quiero.

— ¿Y qué querés?

— Ahora no lo sé. Mi drama siempre fue mi forma de pensar. Yo me encabrono, siempre me encabrono, y termino agarrándomela con la gente que me rodea. Leo algo que me enfurece y le grito a mi familia, a mis amigos, tantas cosas que pasan y no sabemos por qué, o nada podemos hacer. Pero bueno, es así: mi ex novia nunca tuvo la culpa de la invasión a Libia.

 

(*) de la Revista Don Julio

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