Los Pumas y sus rebeldes de causa perdida

autorLos Pumas y sus rebeldes de causa perdida Tras las críticas por su última columna, Martolio fundamenta su teoría sobre los "coleccionstas de derrotas" Los Pumas y sus rebeldes de causa perdida

Nunca cuestioné la estructura de los clubes que practican rugby, jamás ignoré el sentimiento de amistad que genera entre quienes lo juegan, no minimizo el rugby ni el significado que para muchos tiene su espíritu, nobleza, entrega, alma, solidaridad y otras virtudes que la prensa deportiva argentina nos recuerda todo el tiempo. Nada de eso enjuicié, aunque los lectores puma-maníacos más ofuscados y ágiles ‘des-entendedores’ así lo quieran interpretar, poseídos por la ira que genera constatar (estadísticamente) que acompañan a la Selección más perdedora de todas las que representan al país y nunca campeona del mundo…

Tampoco cuestioné las cualidades de Contepomi o Hernández, por ejemplo –en realidad de nadie individualmente–, que me parecen cracks. Como los son Messi y Di María en el fútbol, condición que tampoco garantiza la victoria en Brasil 2014. Los Pichot, los Rodriguez Jurado y todos los grandes rugbiers que pasaron por los Pumas no modificaron los resultados, aunque algunos los mejoraron, pero los Pumas siguieron siendo los Pumas: perdedores de oficio contra Nueva Zelanda y Sudáfrica, sus dos paternidades más explicitas. Veo rugby –poco…– desde los años sesenta. Muchos de los que se creen dueños del conocimiento rugbier y contestan cualquier cosa ajena a lo dicho, en sus malgastados comentarios, nunca lo vieron a Hugo Porta, el más grande. Yo sí, y lo vi jugar más de una vez. Les llevo esa ventaja. Porta era Maradona. Pero, solito, no pudo cambiar la historia, aunque nunca estuvo tan solito: lo vi bien acompañado, casi siempre, con jugadores de la talla de ‘Chiquito’ Travaglini y Diego Cuesta Silva entre otros.

Quien pierde es perdedor en cualquier diccionario, sea en el rugby o en el truco, en Japón o en la Argentina

Siempre que vi rugby, es cierto, fue por falta de alternativa, ese día, para ver fútbol, el mejor de todos los deportes. Prefiero el boxeo, el automovilismo, el básquet, el tenis, el atletismo, antes que el rugby. No me entusiasma porque sé el resultado final (si se juega contra Uruguay se gana, si se juega contra Nueva Zelanda, se pierde). Pero veo rugby desde que sólo se lo escribía con ‘y’ griega. Comencé con lo que para nosotros era ‘Plaza Jewell” y que no es más que Atlético del Rosario. Y Duendes, Provincial, el Gimnasia y Esgrima rosarino… En esa década Rosario tenía un seleccionado fantástico al que Buenos Aires no le permitía ganar, pero era un equipazo, aquel de José Luis Imhoff, Quetglas, España… Ahora, nada de eso quita las derrotas persistentes y claras de los Pumas, ni modifica sus clasificaciones mundialistas. Sepa yo más o menos de rugby, que no es mi especialidad, los historiales sólo se cambian en la cancha y con resultados. Yo no opiné, simplemente informé de las derrotas de las que ya todos saben. Al César lo que es del César… También no invento esas estadísticas, las proveen las propias UAR e IRB y, claro, son fruto verídico e incontestable de la historia. Tampoco invento las palabras: quien pierde es perdedor en cualquier diccionario, sea en el rugby o en el truco, en Japón o en la Argentina. No es tan difícil de entender.

Hubo un tiempo y sospecho que fue en él cuando nació todo ese entorno, aún vigente, envolviendo a los Pumas ‘más allá del resultado’, cinco ó seis décadas atrás, en que el fútbol era 100% profesional y el rugby total y verdaderamente amateur. Derrotas futboleras, como la del Mundial de Suecia, por ejemplo, enojaron mucho a los ‘ciudadanos argentinos’ que, como siempre, creían que con la camiseta les ganábamos a todos: “Si estos pataduras cobran para perder, mejor apoyar a los muchachos que no ganan ni para el sándwich, aunque también pierdan”. Esa debe haber sido la reflexión colectiva y el germen de la mística perdedora, que el 19 de junio de 1965 bautizó al equipo nacional (por causa de un triunfo, 11 a 6 al segundo equipo sudafricano, el Emerging Springboks, los Junior’boks) con el nombre de Pumas.

Me parece loco crear mística de la derrota. Especialmente en un país donde sobran vencedores (en otros deportes, claro). Justificaría esa curiosa mística heroico-perdedora de los Pumas, en Bolivia, vecino que no tiene deportistas ni equipos campeones mundiales en ninguna disciplina. En ese caso sería coherente aferrarse a una actitud ya que no existen logros concretos. Pero idealizar a los ‘siempre vencidos’ cuando en la otra vereda se amontonan los campeones, me suena ‘ilógico’, demasiado ‘argento’ para mi gusto. Alguien dijo que los Pumas valen por el esfuerzo frente a la adversidad, por la lucha ante la superioridad, por el significado de la épica. Sí, sí, lo sé y no lo niego, pero eso vale una vez, dos, tres, no toooodas las veces, sin traer una copita a casa que no sea la del ‘tercer tiempo’ y viendo –siempre– como festejan ‘los otros’. Les hacemos la fiesta, literalmente. O nos la hacen, según quiera leerse…

Los Pumas no son campeones del mundo y no lo son más allá de mi voluntad, si fuere esa –no la es–. No lo son junto al vóley y el hándbol. Personalmente no tengo poder para otorgarle un título y dejar felices a quienes no aceptan la realidad. La diferencia con el vóley y el hándbol es porque, salvo brevísimas etapas de euforia puntual (moda), a estos deportes la prensa y la gente no los trata como campeones mundiales, que no son, como sí trata al rugby, que tampoco lo es. Y el punto principal era compararlo con el fútbol, que es apaleado cuando termina segundo, lugar al que los Pumas jamás siquiera llegaron en Copas del Mundo. Sólo eso.

Muchos de ustedes, defensores ciegos de ‘la derrota con honor’, por otro lado deben haber festejado hasta la afonía los cuestionables títulos del fútbol ganados en 1978 y 1986, por orden de la dictadura que representó Menotti, a un Perú entregado, y con la famosa ‘mano de Dios’ de Maradona a los ingleses. Espero que, al menos, los que adoran ‘perder con dignidad’ con los Pumas no festejen ganar fuera de ley en otros deportes. Si así no fuere podemos cantar ¡bingo! Y decir que la cuestionable argentinidad de la que también hablamos en la columna anterior, sin mucho eco, estaría más que descripta. Es la ‘patria burra’ que asoma como el sol, diariamente.

Esos defensores de lo indefendible me recuerdan a ‘M’. ‘M’ era una colega gorda que encontró un modo de adelgazar, que no era con dietas ni con la sabiduría de Cormillot, tampoco hacía gimnasia ni ‘cerraba la boca’. Pero ella ‘se’ adelgazaba diariamente. El método consistía en preguntarnos a quienes estábamos a su alrededor si la veíamos más flaca. Teníamos que decirle que sí. Eso era cotidiano. ‘M’ volvía a su casa ‘flaca’ y feliz. En su cabeza, no en su cuerpo, donde seguía tan gorda como siempre porque le daba al diente como los Pumas a las derrotas y ustedes a su defensa desvirtuada e inconsistente. Como en kilos la silueta de ‘M’, la de los Pumas continúa gorda de derrotas, aunque ustedes digan y ‘se digan’ que están flacos… La balanza de los resultados no miente.

A la hora de los títulos mundiales yo prefiero ver el fuego de los ganadores a las cenizas del rugby.

Deportivamente ser perdedor, me parece, no amerita conmemoraciones; sería como ponernos tristes por ganar… Y esa injusticia con el fútbol, incómoda, pero no porque se trate del rugby y el fútbol, no, incómoda porque es una injusticia. Si a ustedes, rugbiers y fans nacionales de la puma-manía, la injusticia no los incomoda, a mí sí. Para ser entendido en tres expresiones: ¡Viva el rugby, abajo la mentalidad perdedora! ¡Y abajo la injusticia! Pero y para que el fútbol no los obnubile, usen de ejemplo a Carlos Reuteman, vice-campeón del mundo de F1 y aquí, sin embargo, nunca glorificado. Y eso que en el caso Reutemann las cosas no dependían sólo de él como, más o menos, dependen en los Pumas que no necesitan de mecánicos, motores, neumáticos y compañía.

Por otro lado, los méritos del esfuerzo y la extrema voluntad, la virtud de doblarse pero no romperse, y la fe inquebrantable que se les atribuye a los Pumas, las manifiestan todos los demás campeones del mundo y se expresan en todos los deportes. No son patrimonio exclusivo del rugby. ¿O alguien cree que el ‘Chino’ Maidana (admiro al margariteño) no entrena, no sufre con los golpes que recibe en el ring, no necesita sacar fuerzas de flaquezas? ¿Piensan que fue fácil la legendaria victoria, sin patrocinadores y sin apoyo gubernamental, de Juan Carlos Zabala en 1932 en Los Ángeles? ¿Suponen que a Curuchet –oro a los 43 años– le empujaban la bicicleta y a Walter Pérez –33– se la remolcaban con una 4×4 en las Olimpíadas? ¿Y el básquet no precisó esforzarse para conseguir sus títulos? ¡Todos se ‘dejaron la vida’ en sus conquistas! El rugby no es una isla, aunque una ‘elite mental’ (la otra ya no existe) insista en querer ser ‘exclusiva’. Bueno sería que fuese ‘inclusiva’.

Cada uno ve lo que quiere ver. A la hora de los títulos mundiales yo prefiero ver el fuego de los ganadores a las cenizas del rugby. El planeta entero mira a los ganadores, mal que le pese a muchos de ustedes, evidentes devotos de San Judas Tadeo, defensor de las causas desesperadas y perdidas. Dicho sea de paso, en rugby soy Deportiva Francesa, donde entrenó mi hijo el breve tiempo que vivió en la Argentina. Me gusta la centenaria ‘Depo’ –un hermoso club– porque lo primero que le enseñaron fue que ‘ganar no es lo más importante’. A algunos esto les parecerá una contradicción con todo lo dicho antes. No hay contrasentido. Sólo lo habría si le hubiesen enseñado a exaltar la derrota. ¿Se entiende? ¿No? Tiempo al tiempo. Un día, quien sabe…

De todo lo dicho por los lectores, sin embargo, lo más importante para aclarar, es la supuesta idea/información de profesionalismo magro que usó un defensor de los Pumas diciendo que nuestros rugbiers en el exterior no están ‘tan bien pagos’, que sólo ganan 60 o 70 mil euros por mes. Entiendo que ese es el sueldo –antes de impuestos– de cracks como Juan Martín Hernández en Francia y no de todos. Cuando digo que son profesionales no invado su cuenta bancaria, porque total ganar 60 mil Euros o 600 mil, para el caso es lo mismo: con una u otra cuantía no sólo se convierten deportivamente en profesionales por ser pagos, sino –y esto es lo importante– pueden vivir del rugby y sólo del rugby, dedicarse 100% a él, sin otro trabajo, entrenando todos los días en doble turno, etc. etc como los ingleses, los sudafricanos, los neozelandeses y todos los demás que nos derrotan -y mi dicho de ‘bien pago’ es porque la mitad de esa mensualidad es lo que gana en todo un año un argentino medio; y no porque lo compare con los sueldos astronómicos de las estrellas del fútbol europeo o los basquetbolistas de la NBA.

Nadie precisa ser el neozelandés Dan Carter, hasta el año pasado por lo menos, el jugador mejor pago del mundo. De todos modos, también hay mucho mito con los ‘salarios extranjeros’. Extraigo la lista publicada por Le Journal du Dimanche, de Francia, con los diez rugbiers mejor contratados del Top-14 local, el torneo más rico de todos, llamado la Liga de los Millones –aunque aquí deben ser valores ya libres de impuestos–: Jonny Wilkinson (Inglaterra/Toulon) = €56,000; Jonathan Sexton (Irlanda/Racing Métro) = €52,000; Bryan Habana (Sudáfrica/Toulon) = €50,000; Morgan Parra (Francia/Clermont) = €46,000; Thierry Dusautoir (Francia/Toulouse) = €43,000; Dimitri Szarzewski (Francia/Racing Métro) = €41,000; Carl Hayman (Nova Zelanda/Toulon) = €41,000; Bakkies Botha (Sudáfrica/Toulon) = €41,000; Jamie Roberts (Gales/Racing Métro) = €40,000 y Matt Giteau (Australia/Toulon) = €40,000.

Mientras el 90% de ustedes intentaba lapidarme (los resultados están allí, eternos e históricos y más allá de mi diminuta existencia), en ese momento, decía, los Pumas Seven, en un torneo poco relevante de Hong Kong… perdían. Una vez más eran eliminados, en este caso, por Inglaterra y Canadá. Es cierto que las estadísticas frías no dicen mucho; especialmente para quien no sabe leerlas. Pero las estadísticas calientes, como la sangre de los fans de los Puma, dicen mucho, porque son números y ya nos lo dijeron en la escuela: los números no mienten ni cambian, tres es más que dos, siempre, aunque sea en la matemática del rugby. Bien dice la escritora francesa Anais Nin: “No vemos las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos”.

 

(*) Director de Perfil Brasil y creador de SoloFútbol