Dejar todo por la Patria

p2-1 24-8-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

Ayer se conmemoró un aniversario del conocido «éxodo jujeño». El 23 de agosto de 1812 el pueblo de aquella ciudad se dispuso a partir, organizados por el Ejército del Norte a cargo del general Manuel Belgrano. La orden había sido dada por el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se llevaron todo lo que pudieron. La consigna era no dejar nada que pudiera servir al invasor que venía del norte, las tropas realistas desde el Virreinato del Alto Perú. Al ejército extranjero le sobraban armas pero les faltaba motivación. Al pueblo, al revés. Cierto es también que no todos lo hicieron de buena gana, ya que hubo aviso de graves sanciones a quienes se resistieran. El primer grito de libertad se había dado en el Cabildo de Buenos Aires en mayo de 1810. Ahora había que afianzarlo en todo el territorio y protegerlo de los intentos de acallarlo o reducir su influencia territorial. Un acto semejante de generosidad se entiende desde la adhesión a valores superiores.

 

Levantar la casa construida con sacrificio, arriar los animales, recorrer 360 km hasta Tucumán no fue tarea sencilla. Implicó un gran sacrificio físico y la disposición a afrontar grandes pérdidas materiales. La estrategia consistía en impedir que las tropas realistas pudieran reabastecerse allí de alimentos para continuar su marcha hacia el sur. Todo lo que no pudieron llevar, lo quemaron. Esta muestra de heroísmo colectivo permitió recuperar el control del Norte en la aurora de la Patria. Conmemorando aquella gesta, puro corazón al servicio de la libertad de la patria, podemos estar agradecidos a Dios por tanta entrega en nuestra historia. El Papa Francisco nos enseña que «en cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes.

 

Recordemos que «el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral». Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía». (EG 220) Nuestra pertenencia al pueblo se da si sabemos disfrutar de la mística de la entrega generosa. Compartir los grandes ideales, comprometernos en el servicio a los pobres, ser capaces de gestos de grandeza. Ser coherentes, confiables y creíbles. Lejos del jarabe de pico que derrama «chamuyo» que distrae y no construye. El pueblo tiene un fino olfato para detectarlos. Pertenecer al pueblo no es fruto de la fatalidad, sino vocación (llamado) a compartir la historia, a hacer camino junto a otros. No tenemos vocación de islas ni de archipiélagos. Tampoco somos un rejunte de clanes que pelean o se unen para sobrevivir a las amenazas. El espíritu patriótico reclama que estemos dispuestos a la magnanimidad. ¿Vos tenés Patria? ¡Yo también!