En la concepción de Paulo Freire, como en la de Enrique Pichón Riviére, se conceptualiza y trabaja la dialéctica entre educador y educando. Se trata de un interjuego en el que hay diferencias y a veces oposición.
La dialéctica explica que uno no puede ser pensado ni existir sin el otro y, por el carácter dialéctico de esa relación, cada uno puede, en esa unidad, transformarse en el otro, desplegar esa alternancia en el enseñar y el aprender. Amén de esta maravillosa cita de Ana Quiroga realizada en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, puede forzarse quizá un ejemplo para la vida política de los partidos. Al menos en algunos casos. El peronismo, por caso, ha intervenido sobre los hechos consolidando un camino de hegemonía que ha perpetuado prácticas y costumbres poco felices.
También lo ha hecho la UCR, su principal alternancia en los últimos sesenta años. Pero sucede que las dos últimas décadas, marcadas claramente por cada una de las dos tendencias heredadas del General, dieron siempre que hablar, aunque con desarrollo en un eje convergente. El interregno vacacional ocupado por la Alianza, es cierto, sirvió para limpiar un poco el comedero en el territorio entrerriano, mientras se preparaba la segunda parte la novela política reciente. Jorge Busti se retiró a cuarteles de invierno, pero no lo hizo solo. Lo acompañaron una docena de dirigentes cuyos hijos hoy conforman el nuevo polo de sangre renovada, en el marco de una renovación ciertamente inexistente. Desde Concordia, Enrique Cresto impulsa su tercera generación, con el aditamento que sólo la política puede impulsar proyectos, como una especie particular de sobrevida.